Contra Crónica de la Expo-Timo 6: La torre de la turtura

La verdad que no sabemos por dónde seguir con tantas barbaridades que tenemos delante. Lo de los barquitos sería de Charlot -mejor de Popeye- si no fuera por el desastre del azud y el dragado. Hemos hablado con el patrón de uno de los barcos, que curiosamente es gallego, y nos ha dicho que no lo entiende. Los barquitos son muy ecológicos, pero no tienen potencia. Y este río no es un pantano, ni un lago; tiene corrientes y remolinos. Y hay que dragarlo. Para que pasen los barquitos lo han tenido que dragar dos veces; los grandes, unos catamaranes fardones, directamente no los pueden usar, y se tienen que ir por dónde han venido (en un trailer, tras pagar las obligadas indemnizaciones, claro).

Así que, después de la mani contra el dragado, y como la Pili no había entrado, y Carmen quería ver de cerca los edificios, nos colamos otra vez.

¡Ahora sí que ya no volvemos! Nos quedamos hasta tarde, hasta el especta-culo del cubito de hielo de cartón-piedra que hacen por la noche. Ahí ya no pudimos más. Vimos el hotel de lujo, el palacio de congresos arrugao, que es feo sin más, parece una cárcel; también vimos el canasto y el de las columnas, que estaría bien chulo en otro lugar de la ciudad, pero ahí, rodeado de cemento, parece otra cárcel (de gorilas dice el Goyo).

Pero el colmo, por ahora, se lo lleva la torre de la tortura. Esta sí que tiene miga. La Carmencica, como ha estudiado en la Escuela de Artes y está muy cabreada porque los han echado de la plaza, donde llevaban casi desde la anterior exposición, lo ha explicado con ganas.

Dice que es como las catedrales de antes, pero, claro, mucho más fea y cutre. Según los jerarcas del asunto tenía que ser el emblema, el icono, el símbolo, de la expo, incluso de esa Zaragoza que quieren una, grande y libre, pero sobre todo grande, como de un millón de habitantes. Así, porque lo digan ellos.

Y aquí siguen las coincidencias con los curas. “Creced y multiplicaos”, reproducíos, porque lo quiere Dios.

La torre es alta, pero no demasiado (debe ir por los 150.000 habitantes). Incluso antes de terminarla el alcalde y los jerarcas de la Cai, ya decían que había que subirle unos pisos, que serán además los únicos útiles para oficinas o algo de lujo. La cosa es que tampoco queda tan imponente ni tan original. Como esa, y más bonitas, hay ahora 20 desde Comarruga a Benidorm. También te dicen que  su planta tiene forma de gota, pero lo mismo la podía tener de costilla de cordero o de gominola, es cuestión de fé.

Pero lo fuerte está por dentro. Entras a un semisótano todo oscuro, porque te tienen que echar unos documentales en una especie de mesas-pantalla –o aras audiovisuales-, con lo de siempre. Y esa es la coincidencia de esta expo con los curas que antes continuamente te estaban amenazando con el infierno. Ahora estos te abrasan con las llamas del “calentamiento global”, del cambio climático, de los glaciares que se derriten y los desiertos que avanzan.

Total que cruzas ese purgatorio y pasas a la torre hueca hasta una sexta planta. Hay una escultura que llaman “lluvia” y que son las típicas barras de metalquilato colgando del techo; pero la cosa no va mal; hay unas escaleras mecánicas que en dos tramos te suben a la planta siguiente. Entonces allí te explican que tienes que subir por una rampa y que no te puedes dar media vuelta; que tienes que subir obligatoriamente hasta arriba del todo y bajar por otra rampa.

Y empiezas a subir porque dices: a ver qué es esto. Vas con el aliciente de las vistas y con el de ver la gran escultura que dicen simula un gota de agua; subes por una escalera de caracol que va corrida a las paredes de cristal, anclada en la estructura de acero. Y a todo esto que no para de sonar un zumbido electrónico, que se supone es música ambiente, en lugar del órgano de toda la vida, sin parar. Hace calor. Y miras la famosa gota y dices -fue Rubén el primero que lo dijo: ¡Pero si es gris! ¡No es transparente!

Ahí nos quedamos de una pieza. Pero no podíamos parar; la gente empujaba con la orden que les habían dado de que no podían darse la vuelta; a lo mejor tampoco pararse, a lo mejor tampoco pensar, y nos arrastraban pa arriba. Y la Carmencica despotricando: ¿Pero será posible que nos digan que esto es una gota de agua? Pero si es del color del mercurio, o del plomo, o del aceite industrial. Y Goyo decía: hay que tener fe en los misterios de la ciencia y del arte. Y el Quique que estaba zombi, porque se había fumado un cigarro antes de subir, iba todo callado y sólo decía: esto es la torre de Babel, vámonos de aquí. Y faltaban 20 pisos.