No a la semana de 65 horas. La crisis, que la paguen los ricos.

A comienzos del verano del presente año 2008, la Unión Europea aprobaba una directiva por la cual las jornadas de trabajo podrán ascender hasta las 65 horas semanales. Una vuelta de tuerca más contra los trabajadores, de especial dureza, que sólo podrá beneficiar a empresarios y demás explotadores.

No sorprende que semejante directiva haya sido presentada justo en este momento, con una crisis económica que no hace sino agravarse a cada día que pasa. Esta medida, y otras como la llamada Directiva de la Vergüenza (que atenta contra derechos fundamentales de los migrantes y que es una clara muestra de la política racial y racista que la Unión Europea pretende poner en marcha) son la prueba de que lo que los políticos desean es una clase trabajadora maniatada, sin tiempo para nada más que trabajar, exprimida hasta el límite a cambio de sueldos de miseria. Porque ésa es otra, el asunto salarial merece caso aparte: baste pensar que hasta ahora, cualquier tiempo trabajado por encima de las 40 horas semanales se remuneraba a precio de hora extra. Si las horas extra ya eran indignas, ¿qué podemos decir de esta nueva situación, en la que lo que antes se cobraba como extra ahora se trabajará igualmente pero se cobrará como normal, gracias al aumento de jornada?

Por si esto fuese poco, soplan vientos de congelación salarial, que no se conocían en este país desde la mal llamada Transición, aumenta a marchas forzadas la carestía de la vida, cada día son más las empresas que acometen despidos masivos, los que se quedan lo hacen con la espada de Damocles sobre sus cabezas… y sin embargo, la cacareada crisis no tiene su origen en la sobreproducción, por lo que sólo el egoísmo y la pacatería de empresarios y políticos pueden explicar estas agresiones contra los trabajadores. Si por un lado despiden a centenares de obreros, y por el otro aumentan la jornada a 65 horas semanales, para nosotros está muy claro lo que pretenden: que se produzca lo mismo con menos mano de obra, de modo que al patrón le salga todo más barato a costa de sus empleados. Más paro y más esclavitud para el que conserve su puesto, lo que supone retroceder a las condiciones laborales del siglo XIX. No en vano, los sucesos que en 1887 dieron lugar a la celebración del Primero de Mayo como Día de los Trabajadores (ejecución de cinco obreros anarquistas en Chicago), se produjeron en el contexto de una fuerte lucha por la jornada de ocho horas, cuando en aquel momento se hacían semanas de… 64. Es decir, que aquellos trabajadores que se dejaron la vida peleando por su dignidad trabajaban a pesar de todo una hora menos que las que pretenden imponernos a los obreros del siglo XXI. ¿A esto llaman progreso?

En un momento en el que el Estado del Bienestar, que tan bien ha cumplido su función de adormecedor de luchas, llega a su fin inexorablemente, los trabajadores necesitamos más que nunca estar organizados, como lo están los patronos, para defender nuestros intereses frente a sus agresiones. Un periódico burgués publicó, mientras la Directiva de las 65 horas era noticia, que aproximadamente la mitad de los trabajadores españoles consideraba “que su trabajo les demanda mucho esfuerzo y resulta agotador con la jornada laboral de 40 horas” (Heraldo de Aragón, domingo 22 de junio de 2008, sección de economía). Esto es lo que siempre ha defendido la CNT. Que con los avances de la técnica que existen a día de hoy, la semana de 40 horas ya es en sí excesiva. Ante esta crisis que han creado los empresarios, y que es producto de su avaricia, nosotros exigimos: la semana de 30 horas sin reducción salarial, la incorporación al trabajo de todos los desempleados, el cese de los despidos, y un crecimiento salarial superior al IPC. Ya que no repartieron beneficios en época de vacas gordas, que asuman ellos el destrozo que han hecho. No podemos aceptar que se “socialicen” las pérdidas cuando se privatiza todo lo demás.

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