Contra crónica de la Expo-Timo 9: El cubito de hielo

Esto no va ni a tiros. Ya no saben cómo sacarle la pasta a la gente. Ahora han sacado una entrada sólo de noche por 12 euros, para que la peña vaya a los conciertos. También están llenando todo de terrazas para lo mismo; por la noche, claro, porque de día no hay quien aguante. Y a estas alturas están poniendo toldos, sombrillas, fuentes, por el procedimiento de urgencia, es decir, más caras.

Mientras tanto, y como hay pocas cosas decentes para ver, la gente sigue teniendo que hacer colas soviéticas en algunos pabellones achicharrada bajo el sol. Así, como se les derrite la sesera antes de entrar, es lógico que les parezcan bien las chuminadas que les echan.

Mientras tanto en la calle Agustina de Aragón, en el casco viejo, han tenido que desalojar una casa porque se hundía con 11 familias dentro. Les ofrecían recogerlas en el albergue municipal (que por cierto está al completo, como los hoteles de lujo), pero, salvo dos, han podido alojarse con familiares. Ni que decir tiene que casi todos eran inmigrantes, pero no todos.

Cada año el ayuntamiento tiene que intervenir in extremis en 40 edificios del casco. Como las riberas, muchas zonas llevan 30 años esperando la rehabilitación, y ahí están que todavía, si no peor, que parecen barrios pateras. Para el casco no hay dinero, no es urgente, no debe ser moderno, no es la nueva Zaragoza de brillante futuro, bien puesta en el mapa del mundo, camino del millón de habitantes y todas esas lindezas que se dicen estos días.

Desde la torre de la tortura no se ven estos barrios. Pero sí, allá a lo lejos, Arcosur donde los amos tienen el próximo negocio, un inmenso solar comprado a precio de rastrojo en el que quieren levantar 21.000 viviendas. En este negocio están metidas todas las grandes familias de promotores y propietarios de la city, empezando por los banqueros. Hace unos años, cuando presentaron oficialmente este proyecto, llegaron a decir textualmente que eran una empresa de “inspiración cristiana” y que por eso querían repartir el beneficio entre todos. Textualmente. Pero estos son cristianos como la gota de la torre es de agua.

El iceberg
De allí precisamentente salimos muertos de risa y de admiración. Así que nos fuimos ha echar unos cigarros y unos tragos de la fuente, y al cabo estábamos imaginando la torre iluminada tenebrosamente y los penitentes y los curas subiendo la rampa, unos con cruces, otros con piedras redondas, otros con baules llenos de dinero, otros con cadenas, uno subía un piano… Al llegar arriba… En fin, tuvimos que cambiar de conversación. La Pili tarareo: The KKK took my baby away / They took her away / Away from me… Estábamos muy contentos, se había hecho de noche y, de pronto, empezó lo del cubito.

Y esto es un armatoste cuadrado que han puesto en una orilla del río, pintada de blanco, y te dicen que es un iceberg. Proyectan imágenes de catástrofes, naturales y de las otras, y el aparato se abre y aparece la cabeza de un niño, monstruoso, claro, el pobre, todo de cartón piedra, y con un ojo en una esquina proyectado en alta definición que parece de verdad, y venga a guiñarlo. Todo con una música tenebrosa.

La gente sentada en las gradas de la otra orilla se queda pasmada al principio, pero bastante tiene recalentada la cabeza de todo el día bajo el sol como para ponerse a pensar. Alguno abre la boca, los críos flipan un rato, se asustan, y empiezan a preguntar que cuándo empiezan los cohetes. A los mayores les dura el asombro un rato más, el justo para preguntarse si todo aquel armatoste que se abre y se cierra no será una broma. El mensaje de tanta tramoya no tiene ningún misterio: el mundo está al borde del abismo pero felizmente puede salvarse.

Nosotros nos habíamos alejado poco a poco desde las gradas, sin darnos cuenta, pero evidentemente cagaos de miedo, y ahora mirábamos el espectáculo y a la gente en la orilla desde un lado.

Fue Rubén el primero que lo dijo, pero fue como si nos leyera el pensamiento. Sobre el iceberg echaban imágenes de desastres, de bosques arrasados, de desiertos y tal. Y girabas la cabeza y veías detrás de la gente todo el cemento, los bloques de los edificios y las luces de la expo. Todos nosotros habíamos paseado, y otras cosas, en bicí o andando, por los campos y huertas que había allí. Nos miramos y era eso tal cual lo dijo Rubén: es como lo de la paja en ojo ajeno. Te tienes que fijar en ese cubito de cartón piedra en ojo ajeno, cuando tienes detrás, a tus espaldas, toda la huerta arrasada y encementada para los siglos.

Aún tuvimos que meterle todo este rollo al Goyo que, mientras tanto, se había ido por su cuenta a buscar vasos y había entrado en el pabellón de Zaragoza. Llevaba siete vasos, pero llega y vé una gran maqueta de la ciudad anclada a la pared, que se le encendían una lucecicas y tal, pero en la que no aparece Torrero. Total que monta la bulla a voz en grito qué dónde estaba su barrio, y un empleado muy amable que sí, que en otra maqueta más grande está Torrero, pero que aquí no cabía, y que en el futuro la pondrán en algún sitio.

Salimos perjurando en hebreo no volver y que se metan sus vasos ande les quepan. Aunque si es por alguna misión secreta y por la Causa, nos volvemos a colar.