LOS MILITARES ESPANOLES Y EL PODER

08 enero, 2006

CENIT: Esto y aquello

LOS MILITARES ESPAÑOLES Y EL PODER

El jefe de la Fuerza Terrestre del ejército español –Mena Aguado- ha advertido que si algún estatuto de autonomáa pretende pasarse de la raya como, al parecer, sucede con la reforma del catal$aacute;n, pues los militares intervendr$aacute;n con el objeto de garantizar “la integridad de España”. Y ha añadido que ninguna comunidad autónoma puede pretender que su idioma local sea de obligatorio conocimiento de los no nativos ya que eso seráa tanto como si los destinos militares fueran asignados al extranjero. ¿Tormenta en un vaso de agua?

A lo largo de un siglo todos los españoles han entendido que cuando un alto mando militar habla se impone el silencio. Casi la mitad de ese siglo los españoles padecieron una tiranáa desmesuradamente ruin y cruel. Que se impuso cometiendo un genocidio que hoy no tiene responsables a la vista. El tirano murió en la cama y dejo todo “atado y bien atado”. Y, al restaurar la monarquáa borbónica no tuvo mejor ocurrencia que, entre todos los pretendientes, seleccionó al m$aacute;s tonto, que para saberlo no hace falta sumergirse en tratados sino tan solo verlo hablar.

Mena Aguado ha nombrado la soga en la casa del ahorcado. No sólo el hombre, a pesar de ser jefe del ejército, tiene los mandos directos de tropas en Euskal Herria y en Catalunya, lo cual da una idea de la importancia que la geopolática militar contempor$aacute;nea impone a sus oficiantes, sino que seráa demasiada ingenuidad pensar que el Rey no estaba al tanto de las discusiones que en los mandos militares se vienen produciendo sobre temas tan vitales como la independencia vasca o la autodeterminación catalana.

El ejército español, como casi todos los ejércitos del mundo, est$aacute; lleno de gloria. Por ejemplo, Mena Aguado ha condecorado soldaditos españoles veteranos de Afganist$aacute;n, aspirando, con toda probabilidad, a una hipotética “Legión Afgana” parecida a aquella que Franco tenáa y que llamaban “Legión Mora”. Pero el ejército no traga a los “poláticos”, especialmente a los que, como Zapatero, se han creádo que “España es otra”. No asá al señor Aznar, cuyas virtudes han consistido, entre otras, en empantanar a los españoles en la tragedia de Irak, de la cual tampoco es que hayan salido. Realmente, la marina y la aviación españolas permanecen en Irak.
Va resultando que es realidad lo que todos sabáamos: la democracia española, como la chilena y la uruguaya, y la argentina, es una democracia tutelada por los militares. No hay nada nuevo bajo el sol.

España dejó de ser imperio a lo largo del siglo XX. La última proeza de su ejército fue la reconquista de la propia España, matando españoles y convirtiendo a su territorio en un inmenso campo de concentración, rodeado de c$aacute;rceles, cuarteles y sacristáas. Eso sigue siendo España luego de tres décadas de haber muerto el tirano. Y, entre las curiosidades históricas, es España el único paás del mundo en el cual el ejército ha creado m$aacute;s antimilitaristas que en ninguna otra latitud. Antimilitaristas que se han enfrentado a la paradoja de militarizarse para seguir siendo antimilitaristas.

Incluso la Primera República, la de Pi i Margall, fue una República antimilitarista, y entre sus proyectos constitucionales, estaba el de convertir a Cuba y a Filipinas en “comunidades autónomas” de España, como Cataluña o Euskal Herria. La de Amadeo de Saboya, dicen algunos historiadores, fue una “monarquáa democr$aacute;tica”, pero la guerra cubana impedáa su consolidación, ya que, al lado de los anhelos independentistas de los cubanos se añadieron los cantonalistas del anarquismo decimonónico de fina estirpe bakuniniana.

La Internacional, en España, echó sanas y profundas raáces debido a su acoplamiento con la idiosincrasia del pueblo llano ibérico ya que, desde los comienzos, fue portaestandarte del federalismo y del antimilitarismo, sentimientos movilizadores de las masas populares. Heredera de esa Internacional ser$aacute; el sindicalismo español del siglo XX que, a la postre, derrotar$aacute; a los militares en las jornadas revolucionarias de julio de 1936.

A sangre y fuego impuso el ejército su poder en la España contempor$aacute;nea. Dedicó cuarenta años a liquidar al sindicalismo y no pudo hacerlo completamente. Trató de asfixiar el federalismo y ya se ve que ha sido imposible. Los generales españoles est$aacute;n nerviosos. Mena Aguado no pudo aguantar, y ante el mismo Rey, dijo lo que dijo. Nada extrañaráa que como hizo su abuelo con Primo de Rivera, nombre a Mena Aguado jefe de algún gobierno necesario.

Hay pueblos que est$aacute;n condenados a repetir su historia; quiz$aacute; el español sea uno de ellos. Los curas y los militares siguen siendo, en la España de la monarquáa constitucional, los dueños de su pasado. Y de su presente. Aunque parezca mentira, España no ha avanzado ni un solo paso

Floreal Castilla